Ayer, mientras llovía, decidí salir a manejar por la ciudad. Subí al auto, encendí el estéreo, y puse a repetirse aquella canción que sonaba la primera vez que nos besamos. Siempre he pensado que hay algo un cuanto poético en el caos de una ciudad inundada: los charcos, los baches, las contadas personas que corren en las banquetas para refugiarse de algo tan hermoso como la lluvia, como si no entendieran que a veces un poco de agua inesperada cayendo por el cuerpo es lo necesario para sentirse vivo. En el fondo, los cerros lo entienden, porque basta un día como estos para transformar esos colores grises en miles de tonos verdes.

A veces, conducir en solitario es terapéutico. Me gusta eso de perderme en las calles mientras platico conmigo mismo. Me gusta encontrar momentos perdidos en la memoria, esos momentos que salen a la luz como un dèjá vu, incluso con las cosas más simples: pasar por aquel semáforo en el que gastábamos el tiempo besándonos, hasta que los coches de atrás comenzaban a sonar el claxon. O ver la infinita permanencia de esa banca de aquel parque en la que nos sentamos a platicar de nuestro pasado. Recordé, entre tantos pensamientos, que como hoy también fue un siete el día en el que te conocí, y para ser sincero, sigo debatiendo conmigo mismo si fue hace poco o mucho tiempo. Podría ser poco si pienso en que hace apenas unos ayeres no sabíamos de nuestra existencia. Tú estabas en tu camino y yo estaba en el mío, tú viviendo tu vida y yo la mía. Pero hoy, que por alguna jugada del destino existimos -y sabiendo que pronto te irás- pienso en lo rápido que se han pasado los días, los momentos, las historias: cómo ayer aún me perdía camino a tu casa y hoy hasta se volvió parte de mi rutina. Y en el fondo se me apachurra un poco el corazón, imaginar que algún día no volveré a manejar por estas calles. ¿Sabes? Hasta voy a extrañar que me digas “me gusta como hueles”, que sin un motivo en especial pongas tu mano en mi brazo y me acaricies, y yo apretarte contra mi cuerpo y besarte hasta que te hartes; mover suavemente mis dedos por tu cabello y ver cómo cierras los ojos mientras rozo la parte detrás de tu cuello. Como diría la canción: tus besos y el cafuné. Creo que si por mí fuera, comenzaría de nuevo esto de conocerte y lo haría una y otra vez: vivir junio tantas veces como si no existiera algún otro mes.

Conocerte ha sido algo casi mágico, porque aparte de descubrirte, también he descubierto muchas cosas de mí. Me has inspirado a ser más ambicioso en mis metas, a salirme de mi zona de confort con tan solo decirme “vas”… a crecer, a creer en mí, a disfrutar. Yo, que suelo ser tan precavido en esto del amor, decidí abrirme completamente contigo: un tanto a ciegas, un tanto arriesgado, aun sabiendo lo que pasaría. Y la verdad es que no me arrepiento: en poco tiempo entendí lo que uno encuentra cuando deja de buscar, que las muestras de cariño no se piden sino simplemente se dan. Me gusta tanto eso de sentir que floto cuando tus labios puedo besar. Cada vez que descubro algo nuevo sobre ti siento que mi corazón sonríe, siento paz… y me dan unas ganas enormes de preguntarte cien cosas más, aunque a veces imagine escenarios que quizá se cumplan jamás. Y para serte sincero, detesto sentir que el tiempo no nos va a alcanzar. Quizá nunca sabré cuál es tu sabor de nieve favorito, o qué paisaje de qué país te atrapó y aún recuerdas, o qué canción sueles cantar en la regadera. Quedarme con las ganas de tanto es lo que me aterra. Y aunque por fuera sonría sabiendo que eres la primera persona a la que le he dedicado un arcoíris, sé que por dentro duele un tanto: tener que conformarme con la idea de que solo fuimos un amor de verano. A mí, que siempre me ha gustado permanecer en control, siento que esta vez lo he perdido. Y no puedo negar que ha sido difícil estar en paz con ello: tener que dejar en bocetos esas ganas de conocer el mundo contigo, de pisar otros suelos con esos viejos Stan Smith. No sé, creo que eso me habría hecho sentir un poco más feliz.

Hace no tanto me preguntaste qué pienso, y me quedé mucho tiempo en silencio. La verdad es que por ahora siento que no sé qué decir, no sé qué voy a hacer. Solo sé que he intentado mantenerme positivo. Me gusta pensar que las cosas pasan por algo: que te conocí por algo, que comencé a sentir cosas lindas por ti por algo. Que esto no fue una coincidencia, sino una sincronicidad. Quisiera pensar que existe la posibilidad de que algún día la vida nos vuelva a encontrar. Puede ser que sí, o no, quizá. Quizá algún día lo podamos volver a intentar. Pero no sé, de verdad no sé qué va a pasar. Quizá en unos meses, sin darnos cuenta, de un día para otro dejemos de hablar. O quizá sí se cumpla eso de que te voy a ir a visitar. No sé. No sé. Quizá lo único de lo que estoy seguro es de que definitivamente te voy a extrañar.