Nunca creí en las casualidades. Tantas veces y tantas vidas estuve enfrascado en la idea de que lo escrito, escrito estaba y jamás dejé en algunas otras manos lo que siempre le correspondió al destino. Es, quizá, una manera muy simplista de vivir la vida. Hago, y si no hago alguien más hará, y si no se hizo es porque no tenía que haberse hecho, por más confuso que suene.

Mientras pienso, el reloj sigue su rumbo y las manecillas no se detienen. Son las tres y veinte de la madrugada y es luna nueva; la oscuridad inunda el cuarto y estas cuatro paredes tan distintas a tantas pero a la vez tan iguales atrapan mis sueños y me quedo en vigilia. Muchas y otras tantas veces estuve despierto a las tres y veinte; aún recuerdo lo escandaloso del silencio y las piruetas de mi mente intentando encontrarle a mi insomnio una razón de ser. Hoy la noche es igual que siempre, y deja entrever debajo de su falda un millón de estrellas que en más de una ocasión, en mi soledad y quietud, repasé; pero hoy es distinto y el silencio se quiebra en mil pedazos mientras escucho a mi lado el sonido de tu respiración: ese sonido que la vida acomodó en mi camino y que ahora me acompaña todas las noches.

Duermes y sueñas y descansas, hermosa, para mañana iniciar un día más, mientras yo te observo y me enamoro de tus ojos cerrados y tu desnudez y batallo y peleo con mis creencias al recordar la primera vez que te vi: en el lugar menos pensado y menos planeado. Yo ni siquiera quería estar ahí, pero por alguna razón que aún no logro encontrar contesté que sí, y seguí sin entender qué hacía ahí hasta que de pronto apareciste y te vi. Tú ahí tan inocente, tan bella, con esos labios rojos, con tu mirada penetrante y tu mil veces mágica sonrisa. Recuerdo cuando te saludé, recuerdo exactamente lo que vestías: una falda negra y una remera de The Strokes que hoy al recordar, tantos años después, siguen invadiéndome esas pequeñas explosiones y sensaciones en mi piel.

Aún duermes, amor. Aún vives en algún mundo imaginario mientras acá afuera te veo girar de un lado para el otro, descubriendo cada centímetro de tu cuerpo, esas pequeñas cicatrices que tanto reprochas pero que te vuelven real; esas marcas del pasado que tanto hablan de ti, de nosotros, de los buenos y malos ratos, de nuestra manera de amarnos, de tomarnos de la mano con fuerza y salir adelante juntos. Ninguno primero, ninguno detrás. Juntos; porque esa es la manera en la que aprendimos a vivir, tú guiándome y yo guiándote ante tanta adversidad.

Te juro que a veces quisiera no haber pasado por todo lo que pasamos. Te juro que a veces quisiera tomar un poco de lo tanto que me has enseñado y llevarlo al pasado para evitarte tantos malos ratos. Aún duele verte y ver la alegría que le provocas a mi corazón y sentir que alguna vez te provoqué todo lo contrario. Si la vida me permitiera ir atrás te abrazaría más, te querría más, te cuidaría más. Evitaría juzgarte cuando lo único que querías eran algunas palabras de aliento. Te querría más. Te querría más. Te querría muchísimo más. Viajaría a un día antes de conocerte, una semana antes, una vida antes, y daría en cambio la mía para hacerte sonreír cada minuto y cada segundo adicional a tu lado.

Gracias por quedarte, pequeña. Gracias, porque era muy sencillo sugerir desde afuera, aguantar desde afuera. Pero tú… tú te quedaste. Te quedaste a mi lado y me hiciste entender con amor todo lo que estaba mal en mí y me llevaste de la mano sin soltarme, sin rendirte. Dijiste que sí cuando más temía perderte y fuiste tan valiente, tan segura, y tan decidida, que no tuviste miedo de aceptar vivir el resto de los tiempos juntos.

Quisiera algún día poder devolverte un poco de lo tanto que has provocado en mí. Solo con amor podría pagarte todo eso que viniste a revivir, porque pensándolo bien no quisiera cambiar nada de lo que vivimos. Agradezco cada acierto y cada error, cada cima y cada bache que superamos; agradezco cada bendita decisión que me llevó a encontrarte en el lugar adecuado, en el momento perfecto. Agradezco hoy poder compartir nuestros sueños y cumplirlos juntos. Agradezco todas esas piezas misteriosas que se fueron acomodando y que al final te convirtieron en la casualidad más hermosa de mi vida.